Imagina tus paneles como el parabrisas de tu coche: aunque la lluvia los moje, con el tiempo se vuelven opacos y menos efectivos. En el caso de un sistema fotovoltaico, el polvo de zonas áridas, el polen en temporada de floración y hasta excrementos de aves forman una capa que actúa como un filtro, reduciendo significativamente la luz que llega a tus células solares.

Colombia, bendecida con alta radiación, sufre variaciones climáticas que agravan este efecto. En climas secos, la capa de tierra se adhiere con fuerza; en las ciudades, el smog industrial suma partículas; y en épocas de lluvia intensa, solo la suciedad más ligera se desprende, dejando residuos difíciles de quitar. Un propietario rural nos contó que, al notar una baja gradual en su factura de generación, decidió limpiar a fondo y recuperó un 12 % extra de energía en el mes siguiente.

Pero no solo se trata de limpiar: es vital revisar visualmente grietas, sombras de hojas y conexiones flojas cada vez que laves. Con agua, jabón neutro y un cepillo suave puedes hacerlo tú mismo, siempre tomando medidas de seguridad (desconectar el sistema y usar arnés si estás en altura). Además, programa una inspección técnica anual para verificar inversores, estructura y cableado: esa revisión profesional garantiza que nada pase inadvertido.

Al adoptar este hábito —una limpieza básica trimestral o semestral según tu ubicación, más una revisión anual— prolongas la vida útil de tu instalación y aseguras que cada rayo de sol se convierta en kilovatio de ahorro real.